- Experimentación: el primer contacto, casi siempre impulsado por curiosidad, presión social o evasión. Un adolescente puede probar alcohol en una fiesta o marihuana con amigos. En ese momento, el consumo parece anecdótico y sin peligro.
- Uso regular: si la experiencia resulta placentera, aparece la repetición. El consumo se normaliza en el día a día y empieza a formar parte del estilo de vida. Aquí pueden surgir los primeros cambios de comportamiento y relaciones.
- Abuso: aumenta la cantidad y la frecuencia. La persona ya no consume solo para divertirse: lo necesita para funcionar. Aparecen problemas de salud, conflictos familiares, descenso en el rendimiento escolar o laboral.
- Dependencia: la fase más crítica. El control se pierde por completo. El consumo se vuelve compulsivo, con síntomas de abstinencia al intentar dejarlo y una tolerancia que obliga a consumir más para sentir lo mismo.
Hace años entendí que mi energía es finita y que gastarla en compromisos vacíos es la peor inversión que puedo hacer. Ya no me interesa estar en todas partes ni demostrar nada. Descubrí que no pasa nada por perderme un evento, que incluso es un alivio. La auténtica fiesta para mí está en caminar al atardecer por un playa, en escuchar el sonido de un bosque, en volcar mis inquietudes en un papel, en crear futuro sin presiones, en conducir por una carretera vacía o en quedarme en mi espacio con la única compañía de mis pensamientos. Ahí es donde realmente encuentro paz.