La explicación no está en el misterio, sino en la biología. Cuando nos movemos, aumenta el flujo sanguíneo hacia el cerebro, y con él llegan más oxígeno y nutrientes. Eso mejora el rendimiento de las neuronas y facilita que se comuniquen entre sí. Además, la actividad física estimula la liberación de proteínas como el BDNF, fundamentales para que el cerebro genere nuevas neuronas y conexiones. En otras palabras, el ejercicio ayuda a que el cerebro no solo conserve lo que tiene, sino que siga renovándose.
Pero no se trata únicamente de pensar mejor. La actividad física también regula el estado emocional. Al entrenar, el cuerpo libera sustancias como la serotonina, la dopamina y las endorfinas, que contribuyen a reducir la ansiedad, mejorar el humor y aumentar la motivación. De ahí que muchas terapias contra la depresión y otros problemas de salud mental incluyan, de manera explícita, la recomendación de moverse más.
Otro punto clave es la prevención. El ejercicio regular se ha asociado con una disminución significativa del riesgo de desarrollar enfermedades neurodegenerativas como el Alzhéimer y el Párkinson. Su efecto antiinflamatorio y su impacto positivo en el sueño hacen del movimiento una herramienta de protección a largo plazo. En personas mayores, mantenerse activo marca una diferencia real en la conservación de las capacidades cognitivas.
¿Y cuánto ejercicio es suficiente? La Organización Mundial de la Salud recomienda al menos 150 minutos de actividad moderada a la semana, lo que equivale a media hora de caminata rápida cinco días. Para quienes logran llegar a los 300 minutos semanales, los beneficios se amplían aún más. No es una cifra inalcanzable: se trata, más bien, de convertir el movimiento en parte de la rutina diaria, como se hace con comer o dormir.
Al final, el ejercicio físico no es un lujo ni un sacrificio reservado a los más disciplinados. Es una de las estrategias más simples, económicas y efectivas para mantener un cerebro sano y activo, tanto en el presente como en el futuro. Y quizás la pregunta no sea si tenemos tiempo para ejercitarnos, sino si podemos darnos el lujo de no hacerlo.
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