La maternidad ha dejado de ser una figura rígida y única para convertirse en un terreno en transformación constante. Ya noresponde al modelo de la madre abnegada y silenciosa que parecía indiscutible durante generaciones, sino que se mueve entre identidades múltiples, expectativas contradictorias y presiones sociales nuevas. A este proceso podemos llamarlo la
desdibujación de la maternidad: una redefinición de sus contornos que no implica pérdida de valor, sino una reconfiguración que trae consigo tanto posibilidades de mayor autonomía como crisis de identidad y desgaste.
Psicología de una identidad fragmentada
Convertirse en madre siempre ha supuesto reorganizar la identidad personal. Sin embargo, hoy esa reorganización se complica por la necesidad de integrar simultáneamente otros roles: la profesional, la pareja, la amiga, la hija, la ciudadana. Muchas mujeres experimentan un duelo silencioso por la persona que eran antes de tener hijos, a la vez que sienten culpa por necesitar espacios propios más allá de la crianza.
A esto se suma la ambivalencia: el amor profundo hacia los hijos convive con emociones como frustración, cansancio o incluso ira. Esta coexistencia es natural, pero choca con el mito de la madre perfecta y feliz, reforzado hoy por redes sociales que muestran maternidades idealizadas. El resultado: presión, ansiedad y sensación de no ser suficiente.
En este punto, la teoría de Donald Winnicott sobre la “madre suficientemente buena” es un recordatorio liberador. No se trata de alcanzar la perfección, sino de ofrecer una presencia estable y un cuidado adecuado en términos generales. Los errores no arruinan la crianza: ayudan a los hijos a tolerar la frustración y a desarrollar autonomía.
El peso de lo social
La desdibujación también responde a cambios sociales de fondo. La familia ya no tiene una sola forma, y la masiva incorporación de las mujeres al mercado laboral ha alterado radicalmente las dinámicas de crianza. Sin embargo, este avance ha venido acompañado de la llamada “doble jornada”: trabajar fuera y seguir siendo la principal responsable del cuidado en casa. La sobrecarga es evidente.
Aunque los estudios muestran que las madres que trabajan suelen tener mejor salud física y mental, la tensión persiste porque las estructuras laborales siguen diseñadas para un trabajador “ideal” sin responsabilidades de cuidado. Esto genera un desajuste crónico que impacta tanto en el bienestar personal como en la vida familiar.
El aporte del feminismo
El feminismo ha sido clave para desmontar la idea de que la maternidad es un destino inevitable y la única vía de realización femenina. Ha separado la experiencia personal —que puede ser gratificante y transformadora— de la institución social de la maternidad, históricamente utilizada como mecanismo de control del cuerpo y del tiempo de las mujeres. Este cuestionamiento ha abierto la posibilidad de elegir: ser madre, no serlo o redefinir cómo ejercer ese rol.
La paradoja es que, al ampliar la libertad, también se incrementa la presión. Cada decisión se convierte en objeto de juicio: cuándo tener hijos, cuántos, cómo criarlos. La libertad sin estructuras de apoyo suficientes puede transformarse en una carga individual difícil de sostener.
Tecnología: ayuda y presión
Las herramientas digitales ofrecen redes de apoyo, información inmediata y formas de organización. Pero también alimentan la competencia y la comparación constante. Aplicaciones que miden cada hora de sueño del bebé o foros que dictan lo que “debería” hacerse convierten la crianza en un terreno vigilado y cuantificado, aumentando la ansiedad en lugar de reducirla.
Conclusión
La desdibujación de la maternidad no significa un colapso, sino un proceso de transición. El modelo único y rígido ya no funciona, y en su lugar aparecen maternidades diversas, más reales y también más contradictorias. Reconocer esa ambivalencia es esencial para aliviar la culpa y dejar atrás ideales inalcanzables.
El reto no es volver a la madre sacrificada de antaño ni imponer un nuevo molde de perfección, sino crear condiciones —sociales, laborales y culturales— que permitan una maternidad vivida de manera más sostenible y libre. Una maternidad en la que el valor no está en la renuncia absoluta, sino en la integración consciente de las múltiples facetas de la vida.
Fuentes consultadas:
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