“Hacerse el tonto” puede pagar sueldos, likes y votos. Pero la factura llega: relaciones desiguales, decisiones peores y organizaciones frágiles. El reto no es “ser listos”, sino diseñar reglas que dejen de premiar la tontería y devuelvan valor a la competencia, la honestidad y la reflexión.
La humanidad, siempre ingeniosa, ha encontrado múltiples formas de transformar la falta de entendimiento en un recurso productivo. Sería injusto llamarlo simplemente “estupidez”: eso suena demasiado bruto, demasiado biológico. No: lo nuestro es un arte. Un arte refinado, con técnicas depuradas a lo largo de siglos, donde la ignorancia deja de ser un accidente y se convierte en estrategia. El verdadero genio no está en resolver problemas, sino en convencer a los demás de que no tienes por qué hacerlo.
El Homo sapiens, esa criatura autoproclamada racional, obtiene beneficios precisamente cuando renuncia a pensar.
Cuándo conviene “no saber”: ignorancia racional y estratégica
Anthony Downs lo explicó en 1957: si informarse cuesta tiempo y esfuerzo, y tu voto apenas inclina la balanza, ¿para qué leer cien páginas de programa político? La “ignorancia racional” es el equivalente cívico a no cocinar porque es más barato pedir pizza: cálculo frío, no pereza.
La variante “estratégica” es aún más creativa: cerrar los ojos voluntariamente para poder alegar inocencia. El clásico “no me enteré” funciona como un salvoconducto moral. En juegos económicos, comprometerse con la ignorancia incluso genera mejores pagos. Lo paradójico es que, en ciertas circunstancias, ser ciego paga más que ver.
Fingir torpeza: la incompetencia armada
¿Quién no conoce al adulto que, al poner una lavadora, logra un desastre cromático que aseguraría la subcontratación indefinida de la tarea? La “weaponized incompetence” es eso: mostrarte torpe para que otro cargue con el peso.
En el hogar, la pareja diligente se convierte en rehén del que “no sabe cómo hacerlo”. En la oficina, el que pregunta obviedades garantiza que el informe aburrido lo redacte alguien más. Resultado: menos esfuerzo, menos expectativas, y una reputación intacta de “buen compañero”. La jugada maestra consiste en transformar el fracaso en capital simbólico.
La estupidez funcional: cuando la organización te prefiere dócil
Alvesson y Spicer lo llamaron “functional stupidity”: el triunfo de la obediencia sobre el pensamiento. Preguntar molesta, reflexionar retrasa, dudar erosiona la armonía corporativa. Así que se premia al que asiente en PowerPoint, no al que cuestiona la diapositiva.
La antítesis es brutal: mientras más brilla la inteligencia colectiva en los discursos institucionales, más rentable resulta apagarla en la práctica. El silencio, disfrazado de eficiencia, se convierte en moneda de ascenso.
Dunning-Kruger: la autoconfianza de los ignorantes
Aquí ya no hablamos de estrategia, sino de ilusión óptica. Quien menos sabe, más cree saber. Y lo proclama con seguridad, esa mercancía irresistible en tertulias y redes sociales. La paradoja es que la arrogancia de la incompetencia consigue más likes que la prudencia del experto.
El mercado de la opinión, como cualquier otro, premia la seguridad performativa, no la verdad.
Bullshit: hablar sin importar la verdad
Harry Frankfurt lo distinguió con elegancia: mentir requiere respeto por la verdad (aunque sea para ocultarla); hacer bullshit es más cómodo: ni siquiera importa lo que sea verdadero. Lo esencial es persuadir, impresionar, sonar convincente.
El bullshit es el spam de las ideas: barato de producir, caro de limpiar. Y como todo spam, prolifera porque siempre encuentra a alguien que lo consuma.
Cipolla y las leyes de la estupidez
Carlo M. Cipolla fue lapidario: nunca subestimes la cantidad de estúpidos, y recuerda que el estúpido no solo daña a otros, sino también a sí mismo. Una especie de terrorista involuntario del bien común. Su ensayo, mitad broma mitad manual de supervivencia, terminó siendo más lúcido que la mayoría de tratados solemnes.
Cuando la sociedad aplaude no pensar
Richard Hofstadter y Tom Nichols han mostrado que hay épocas en que desconfiar del conocimiento da réditos políticos. La ignorancia deja de ser defecto para convertirse en identidad. En esos contextos, pensar demasiado equivale a “elitismo”, y el experto se convierte en sospechoso profesional.
Es la paradoja cultural: cuanto más compleja la realidad, más valor obtiene quien la simplifica a gritos.
Rentabilidad y costes ocultos
Trabajo: la docilidad paga con ascensos, pero fabrica errores sistémicos.
Pareja: el que se hace el tonto descansa, el otro se quema.
Política: la ignorancia tribal protege del esfuerzo, pero abre la puerta a demagogos.
Cultura digital: la seguridad hueca otorga visibilidad, pero degrada el debate público.
La rentabilidad es inmediata, los costes son diferidos. Como esas hipotecas que al principio parecen un regalo y después arruinan generaciones.
Antídotos posibles
Poner precio al “no saber”: checklists, consecuencias claras, responsabilidades cruzadas.
Criterios escritos que obliguen a decidir con datos, no con carisma.
Reparto explícito de cargas: nada de excusar al que “olvida siempre” la misma tarea.
Recompensar la pregunta incómoda tanto como la sonrisa complaciente.
Educar en sesgos: recordar que la seguridad no equivale a verdad.
La historia muestra que la ignorancia, lejos de ser un accidente, se convierte en recurso político, herramienta doméstica y lubricante corporativo. Parecer tonto —a veces incluso serlo— puede salir rentable. Pero, como toda inversión sin sustento, tarde o temprano cobra intereses. Y la factura, como suele ocurrir, rara vez la paga solo el que se benefició al inicio.
La pregunta incómoda queda en el aire: ¿Cuánto nos cuesta, colectivamente, la astucia de quienes eligen no pensar?
Bibliografía:
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Carlo M. Cipolla – Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Breve, irónico y peligrosamente vigente; útil para abrir un artículo o charla. Dialnet
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Mats Alvesson & André Spicer – The Stupidity Paradox. La obra clave sobre estupidez funcional en organizaciones; describe incentivos, ejemplos y antídotos. Profile Books
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Harry Frankfurt – On Bullshit. Ensayo filosófico sobre por qué “decir cualquier cosa” puede vencer a la verdad en la esfera pública. CSU Dominguez Hills
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Anthony Downs – “An Economic Theory of Democracy”. Base de la ignorancia racional: cuando el coste de informarse supera el beneficio esperado.
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Literatura económica sobre ignorancia estratégica. Casos en los que comprometerse con no saber mejora el resultado (sí, suena mal, pero pasa). Oxford AcademicAsociación Económica Americana
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Dunning & Kruger (1999) y trabajos posteriores. El sesgo que sobredimensiona la autoconfianza de los menos competentes. ResearchGateWikipedia
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Richard Hofstadter – Anti-Intellectualism in American Life; Tom Nichols – The Death of Expertise. Historia y presente del prestigio (o desprestigio) del conocimiento. mtprof.msun.eduWikipedia
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