La confusión principal está en mezclar dos planos distintos: lo que uno hace y lo que uno es. Evitar un reto no significa carecer de habilidades, solo refleja que en ese momento el miedo tuvo más peso que el impulso de actuar. Sin embargo, la cultura de la comparación y del éxito rápido suele transmitir el mensaje contrario: que el valor personal depende de los logros visibles. Si no hay resultados inmediatos, pareciera que no hay talento. Así es como se erosiona la autoestima: no por falta de capacidades reales, sino por la interpretación que damos a cada tropiezo o a cada silencio.
En la práctica clínica y en la vida cotidiana se observa con claridad. Personas con recursos y talento que dejan pasar oportunidades porque temen exponerse, fracasar o decepcionar. No es que les falte preparación, es que el miedo consigue presentarse como una prueba irrefutable de que no valen lo suficiente. Esa interpretación es falsa, pero se vive como verdad absoluta.
La salida no se encuentra en frases motivacionales ni en forzar optimismo. Lo que ayuda de verdad son pasos pequeños, consistentes y realistas. Nombrar el miedo en lugar de ocultarlo. Analizar con calma los escenarios más temidos y calcular qué tan probables son en realidad. Probar acciones mínimas que desafíen la parálisis, aunque parezcan insignificantes, porque cada acto suma evidencia en contra del discurso de incapacidad. La exposición gradual —hacer un poco más de lo que asusta y repetirlo— permite reentrenar al cerebro para que deje de reaccionar con alarma.
Otra herramienta clave es la autoempatía. Tratarse con la misma comprensión con la que trataríamos a un amigo en la misma situación. En vez de exigir perfección o éxito inmediato, reconocer el esfuerzo de intentar. Cambiar el criterio de valor: no por el resultado obtenido, sino por el coraje de dar un paso adelante. Esto no solo reduce la presión, también libera energía para seguir probando.
Con el tiempo, estas prácticas generan un cambio acumulativo. El miedo sigue existiendo, porque forma parte de la experiencia humana, pero deja de tener la última palabra. La acción se vuelve más frecuente, los fracasos menos amenazantes y la autoestima más estable. Recuperar la valía no significa eliminar el miedo, sino demostrar con hechos que no depende de él. La valía personal está presente desde el inicio: lo único que hace falta es recordarlo y sostenerlo en la práctica diaria.
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