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Camino del Almanzor (Gredos) |
Hay momentos en la vida en los que uno se ve arrojado —sin aviso y sin red— al abismo de sí mismo. Y no hay GPS que valga. Solo queda caminar.
Porque superar no es escalar hacia arriba: es descender. Es desenterrar lo que temíamos encontrar. Es ese extraño viaje donde el enemigo se aloja dentro y el aliado, también.
La Soledad: Esa Maestra con Vocación de Espejo
Dicen que la soledad es dura. Pero más duro es huir de uno mismo toda la vida. En el silencio de una habitación vacía —o de un corazón repleto de ruido— se produce la más temible de las confrontaciones: tú contra ti. Sin testigos, sin aplausos, sin atajos. Y, paradójicamente, es allí donde se fragua la más genuina forma de libertad.
Porque la soledad no es el castigo del fracaso, sino la antesala del renacimiento. Como la noche que, sin pedir permiso, precede al amanecer. Solo cuando nos detenemos —cuando ya no podemos correr ni distraernos— se revelan las grietas, sí, pero también las raíces.
Adversidad: El Nombre Secreto de la Evolución
Las dificultades, aunque no lo parezcan, son escritoras de biografías. El dolor es incómodo, pero honesto. No disfraza sus intenciones: viene a tallar carácter, no a regalar consuelo. Superarse, entonces, no es vencer, sino transformar. Es mirar una cicatriz no como recordatorio de una herida, sino como la firma de la vida sobre tu piel.
A veces creemos que somos fuertes porque no caemos. Error. Somos fuertes cuando, tras caer, decidimos que la tierra no será tumba sino trampolín. Que el fracaso no será punto final sino paréntesis.
La Naturaleza: Un Silencio Más Sabio que Mil Palabras
Frente a una montaña milenaria, nuestras preocupaciones parecen berrinches de ego. Un río no se angustia por su destino: fluye. Un árbol no compite con el de al lado: crece. La naturaleza, en su majestuosa indiferencia, nos enseña sin decir una palabra.
Es allí, en ese paisaje inmenso que no nos necesita para seguir existiendo, donde comprendemos cuán ilusoria es nuestra importancia y cuán profunda puede ser nuestra transformación si dejamos de resistirnos a ella.
La contemplación no es evasión, es lucidez. Y en esa lucidez natural, muchos encuentran una brújula: no la que apunta al norte, sino la que apunta hacia adentro.
Superarse: Una Reescritura Constante de Uno Mismo
Superarse es reescribirse. Pero no como el que corrige una falta, sino como el que se atreve a cambiar el género entero del relato. De víctima a protagonista. De espectador a autor. Cada adversidad nos da la pluma, cada decisión es una línea, cada caída un punto y aparte.
Y sí, hay días en que parece que todo se derrumba. Tal vez porque, en efecto, debe derrumbarse. A veces, para construir una catedral, hay que demoler primero la vieja capilla de certezas que ya no sirven.
La Victoria Silenciosa del Ser que Se Encuentra
Al final, no hay medalla ni himno. Solo una calma extraña. Un saber íntimo, sin palabras, de que algo en ti ha cambiado para siempre.
Que ese “tú contra ti” no era una guerra, sino una transformación. Que cada vez que elegiste avanzar en lugar de rendirte, encendiste una luz. Pequeña, sí, pero suficiente para iluminar tu camino —y quizá, sin saberlo, el de alguien más.
Porque superarse no es llegar primero. Es llegar distinto. Más sabio, más humano, más tú. ¿Estás dispuesto a perder lo que creías ser para convertirte en lo que puedes llegar a ser?
Quizás —solo quizás— esa sea la victoria más radical de todas.
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