Hoy, esta metáfora resuena con más fuerza que nunca. Estamos ante un relevo generacional que, en muchos casos, ve con normalidad la pérdida progresiva de libertades. ¿Por qué? Porque lo que no se conoce, no se echa de menos. Las generaciones que vivieron épocas de verdadera libertad, aquellas que entendían y defendían sus derechos, se están desvaneciendo. Y con ellas, también podría desaparecer la memoria de lo que significa vivir en una sociedad realmente libre.
Este fenómeno, como el agua que se calienta, no ocurre de manera abrupta. Las pequeñas erosiones a nuestras libertades –restricciones aparentes, normas sutiles, vigilancia discreta, ataques a la libertad de expresión– se vuelven parte del paisaje cotidiano. Aceptamos estos cambios como inevitables, hasta que un día descubrimos que estamos inmersos en una realidad muy distinta de la que conocimos los de mi generación.
La historia de la rana hervida no es solo una advertencia, es una llamada a la acción. Si no aprendemos de quienes vivieron en épocas más libres, si no prestamos atención a los pequeños cambios que nos rodean, podríamos despertarnos demasiado tarde. La generación actual y las venideras tienen la responsabilidad de cuestionar, resistir y preservar ese legado. Porque, al fin y al cabo, lo que no se conoce, no solo no se echa de menos, sino que también se pierde para siempre.
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